18 noviembre 2021

Unos años más tarde.

  ¡Hola a todos de nuevo!

Pasados unos años desde mi primera entrada en este blog, me ha parecido oportuno echar una mirada sobre este tiempo y escribir, desde la perspectiva que da el paso del tiempo, la experiencia, lo leído y lo vivido, sobre mi vida. Veo una evolución indudable, otra manera más lúcida de percibir las mismas cosas, de matizarlas.

En este tiempo he visto en internet, leído y oído personalmente diversos testimonios sobre la acción del Espíritu Santo en personas concretas, que gracias a esta han podido madurar su masculinidad y desenterrar el tesoro que tenían tanto tiempo sepultado por heridas emocionales del más diverso tipo. 

Como ya habéis podido leer más abajo, la homosexualidad no existe. De hecho, podéis ver más abajo que hablo de “AMS”, es decir, “atracción por personas del mismo sexo”. Sin embargo, actualmente creo más acertado hablar de “proyección sobre personas del mismo sexo”, “PMS”. ¿Por qué? Porque todo el mundo se siente atraído por aquello que no es uno mismo, que es diferente, por aquello que le complementa o que le aporta algo que no tiene. Por ello digo que no existe dicha atracción: se trata de proyectarse, reflejarse en el otro y hacerse otro yo con las partes de esa proyección.

En este escrito no voy a entrar mucho en cuestiones religiosas: en los artículos de ReL (Religión en Libertad) de este blog ya hablo de ello. Este testimonio actualizado pretende exponer mi caso de maduración desde otra perspectiva, puesto que hablo de un proceso al alcance de cualquiera, sea creyente o no. No es necesario decir que en todos los casos se trabaja desde la antropología adecuada sobre el ser humano. Y no es necesario recordar que quien cuenta con Dios en este camino (y en todos), parte con una gran ventaja.

            Mi PMS comenzó por una necesidad (desordenada en el sentido de que iba más allá de lo razonable) de tener amistad y/o complicidad con otros chicos. No había atracción, pero sí ganas de confraternizar con otros. La confianza se gana con tiempo y compartiendo. Al tener esas ganas de amistad, de cercanía, mi relación con los demás se desarrollaba por mi parte con una inusitada rapidez, mientras que por parte del otro varón la amistad seguía los tiempos de una manera más pausada, más real: conocerse, tenerse simpatía, quedar para cosas sin excesiva relevancia, ir ganando confianza y, a partir de allí la amistad se desarrolla (¡o no!) dentro de un amplio abanico: desde una amistad fuerte y verdadera hasta que el tiempo y las circunstancias dejen que esa amistad se vaya perdiendo.

Por ello, muchas veces llevaba esta situación a chascos y malentendidos. A pedir al otro algo que no puede ofrecer o que, simplemente, nunca podrá ofrecer(me).

            Al conocer a hombres con PMS se empezó a juntar el hambre con las ganas de comer: la gente se abría más, surgía una complicidad con mayor rapidez. Pero, con contadas excepciones, tener esa proximidad implicaba tener sexo: era el peaje a pagar.

Lo que me hizo saltar las alarmas fue ver por mí mismo cómo funciona el submundo gay, lo que realmente había y cómo yo iba entrando en esa rueda y no podía hacer nada: me iba anestesiando. Por propia experiencia llegué a la conclusión de que ahí había algo que se repetía en los demás y en mí que me chirriaba. Y no solo yo: amigos en la misma situación también se percataron de este panorama y, por otros caminos quizá igual o más tortuosos llegaron a la misma decisión: esto no lo quiero para mí.

No sé por qué, pero no me sentía a gusto si alguien criticaba a la Iglesia. Supongo que por las figuras de san Juan Pablo II y santa Teresa de Calcuta (a los que no podía poner objeciones de ningún tipo), y por un amigo que cuando nos conocimos le expliqué de mi situación y me acogió en su familia y me regaló todo el cariño del mundo.

Pero no conseguía salir de ese mundo y la cosa iba a más, hasta perder el control y preguntarme por qué hacía lo que hacía. El sexo funciona como una droga. Y así estaba mi voluntad debilitada a la vez que me buscaba justificaciones para poder seguir en la misma línea.

Así que busqué ayuda y, providencialmente, encontré personas que, por amor a Dios y desinteresadamente, me brindaron un acompañamiento. Al principio, yo pensaba: “Vale, en dos años, la cosa estará arreglada”. Pero no. Es más, yo veía que los temas sobre los que hablaba con esas personas no era sobre la PMS, sino sobre cómo me sentía y estaba en cuanto a compulsividad, estabilidad emocional, autoimagen, disociación, horas de sueño, actividad física y muchos temas más. Evidentemente, mejorar en todo ello influía en mi comportamiento y manera de estar, y también en el desarrollo en mi PMS, pues la persona es una unidad; todo influye en los demás componentes de la persona.

Esta persona me planteó ir al psiquiatra (sí, lo sé, los psiquiatras tienen mala fama y los pacientes todavía menos: personas que no saben vivir, que necesitan elementos químicos para hacer frente a la vida, y tonterías de ese tipo). Estuve de acuerdo: mal no me iba a hacer. Éste me dijo que no íbamos a trabajar la PMS, sino que podía ofrecerme trabajar para ganar en calidad de vida: tener una base en mi vida donde poder tener estabilidad y ser más yo. Me pareció bien (para qué negarlo: me cayó como un jarro de agua fría). El doctor me preguntó si estaba de acuerdo o no en medicarme. Con toda la libertad del mundo dije que estaba de acuerdo, puesto que el médico es el profesional y me fiaba de él. Si hubiera dicho que no quería medicación, me lo habría respetado al cien por cien. Como he dicho, sé que los psiquiatras tienen mala prensa, pero para mí es como quien tiene un problema en la piel y va al dermatólogo. Ni más ni menos.

La medicación ni me quitó la PMS ni me redujo la libido (esta es una idea que cree mucha gente: se mejora porque uno se vuelve medio zombi o medio tonto y no reacciona ante ningún estímulo. tonterías), sino que me permitió ir sedimentando, allanando el suelo para, a partir de ahí, poder ir arando, construyendo, construyéndome: madurar. Y fui evolucionando en un camino hacia la madurez y el autoconocimiento, y así pude empezar a ser más libre. Me ayudaron a tomar las riendas de mi vida, a estabilizarme, a poder dominarme, a ser más yo.

¡La PMS no es una enfermedad! Aunque me hinchara a pastillas, estas no iban a modificar mi atracción. Hablar de “terapia reparativa” es incorrecto: ni es una terapia (pues no hay enfermedad) ni reparación (porque no se ha roto o estropeado nada, sino que se ha producido una desviación en el camino de la maduración). Comprendo que se use este término porque el tratamiento de la AMS es relativamente nuevo, y se usan todavía expresiones que se pensaba que eran más acertadas.

Todo lo contado no fue un camino fácil.

Lo digo claramente: si hubiera tenido que hacer un trabajo sobre mi comportamiento sexual, hubiera tirado la toalla, pues me era imposible controlarme. Por ello hubo un momento en el que me planteé que no iba a “medir” cómo iban las cosas en cuanto mi PMS (hubo temporadas en las que marcaba en un calendario los días vividos en castidad, pero ello tuvo un efecto inverso: si caía se me desmoronaba todo y me hundía y quería tirar la toalla: para mí era un profundo fracaso y fracasado), sino que iba a centrarme solo en los aspectos que tratábamos. La PMS, de hecho, es como la fiebre: no es una enfermedad sino un síntoma de otras cosas.

Creo que Dios, para quien no hay nada imposible, esperaba que le diera un “sí” a ordenar mi vida, independientemente de si me sintiera capaz o no.

Por supuesto, para ello la persona que me acompañaba tenía que tener muy claro lo anterior, rezar, decir las cosas sin medias tintas cuando era necesario y mostrarme la misericordia de Dios para conmigo. Dios estaba presente, pero el tema espiritual lo iba a hablar con otra persona que me recomendaron: un sacerdote.

También fue providencial: un hombre muy de Dios, muy empático, que solo con verme ya sabía cómo estaba. Y además de ello, alegre y divertido. Evidentemente, el tema no era la PMS, sino mi relación con Dios, lo cual no quiere decir que no conociera mi realidad. Es más, en las confesiones ya le tenía dicho que le libraba del secreto de confesión, para poder hablar en todo momento abiertamente. Con el tiempo nos hicimos amigos. Lo cambiaron de parroquia y ahora me es imposible seguir con él en la dirección espiritual, pero este me recomendó a otro, muy diferente de carácter, que también me ha sabido coger el pulso y es genial. Ambos sacerdotes habían profundizado en el tema de la PMS. Un apunte: en mi opinión un sacerdote no tiene que ser un especialista en el tema, pero sí que es bueno que tenga nociones firmes y que conozca a alguien a quien derivar a las personas que pidan ayuda.

Evidentemente, es una gran ayuda que cada uno (acompañante, psiquiatra, sacerdote) sea preferiblemente una persona católica que compartan la visión del hombre en su antropología y que vayan a una. En mi caso era fundamental que compartieran la fe, pues no se puede trabajar una parte constitutiva de la persona sin que afecte a las demás dimensiones.

El ordenamiento de mi PMS y sexualidad fue un “efecto colateral” de lo que trabajé.

Recuerdo que un punto de inflexión fue pedirle perdón a mi padre por las veces en que yo había esperado que fuera como yo quería que fuera, como yo esperaba (exigía) que fuera, sin respetar cómo era en realidad. Era yo el que tenía que pedir perdón, y no él.

Con todo esto, uno va descubriendo que el problema es ser exigente e intransigente, ser rencoroso; el egoísmo, la soberbia, los complejos, ser un manipulador para conseguir lo que uno se propone… Es decir, el verdadero yo, también con sus partes positivas, y que no es más que lo que puede ver en sí cualquier persona.

A veces he comentado que gracias a la PMS he podido ir a Dios (buscar la verdad lleva a Cristo). En estos años he visto que este proceso se ha convertido en un camino de conversión para mucha gente. Mucha gente sufre y no sabe por qué, dado que nunca ha tenido la necesidad de ir a las raíces: si uno tiene PMS ve de una manera diametralmente clara que algo no funciona (es algo antinatural), mientras que otro pecado sin relación con la PMS puede no plantear ningún tipo de contradicción existencial. En el caso de la PMS, esta hace que la gente grite, pida ayuda.

Un error que he observado es cuando se piensa que se ha terminado con éxito el itinerario si "hay boda". Y muchas veces que no la haya puede  causar de mucho dolor. Es muy humano pensar así. Aquí se trata de lo mismo que a cualquier persona: conocemos a la persona que nos tiene previsto Dios o simplemente nos tiene previsto algo diferente. Poner las miras en fundar una familia como una meta que garantice la perfecta masculinidad madurada es una falacia y es muy tóxico. 

No olvidemos que, al fin y al cabo, estamos creados para vivir un amor esponsal con la Trinidad.

En mi “historia” publicada en Religión en Libertad, mucha gente se puso en contacto conmigo. Entre los comentarios que dejaban los lectores vi que muchos me insultaban (no podían aceptar una historia que no fuese la que querían que fuera) o bien negaban que lo escrito fuera verdad: ¡negaban que mi biografía fuera la que es, la mía; negaban mi existencia!

¿La PMS puede desaparecer totalmente? Dependerá de cada caso. Es una realidad que muchos varones han llevado adelante sus vidas libres de PMS. En otros casos, la PMS habrá intentado sacar la cabeza en momentos puntuales (en una situación de nervios, o al sentirse inferiores al resto, etc.), pero se tienen recursos de autoconocimiento para torearlos sin mayor problema. Esto no es tener PMS, eso es como si a un diabético le entraran ganas de comerse un pastel que sabe que le sienta mal: sabe cómo señorear la situación y que no le influya o ni siquiera le moleste.

Un último apunte: no es cierto que mi decisión haya sido fruto de la homofobia, el odio social, la discriminación, etc. No, en absoluto. Me he criado y más tarde vivido en ciudades donde ser gay es un plus. Es decir, nunca me he sentido oprimido, marginado o perseguido.

¡Un saludo fuerte a todos!

16 noviembre 2021

MENÚ DEL DÍA

 Entrantes:

The Big Bang Theory

Conocer a otra persona es un acontecimiento, una aventura, donde se pueden dar diversas variantes.

Estas cambian según las personalidades de cada cual y, sin duda, según las necesidades que demanda el vacío del corazón, sus magulladuras, ese lugar en el que solo se puede entrar de puntillas.

A veces a la gente le unen aficiones comunes, o proyectos, o necesidades, o heridas.

Sea como fuere, cuando se empieza a hilvanar una relación entre dos personas, el pasado está ahí, influyendo en mayor o menor medida en el presente. Se pueden tener pensamientos opuestos, como un "¡hala, me llevo muy bien con esta persona. ¡Guay!", hasta un "una retirada a tiempo es mejor que salir herido". Pero quedarse ahí, sin más, no es solo un caso de cobardía: también lo es de quererse poco.


Primer plato:

Homeland

Llega el momento en el que uno y otro, con un trasfondo real o bien con unas ideas preconcebidas, consideran que han llegado "a casa". Es quizá el momento más delicado, pues aquí es donde se pone en juego la relación que haya en ese momento.

"Llegar a casa", echar el ancla en el suelo estable que Dios nos prepara, precisa tener a alguien que, en caso necesario, tire de la cuerda que tenemos atada alrededor de la cintura para que siempre podamos volver a la nave nodriza.

Para poder llegar a una amistad sana es necesario conocerse uno mismo (sus propios miedos, sus virtudes, por dónde cojea uno...) y no asustarse de que la proximidad de alguien nos ponga en guardia o nos active mecanismos de defensa de lo más variopinto: ¡Es lo normal!

Pero para atreverse a mostrar las heridas es absolutamente necesario conocerlas y saberlas distinguir. No basta con "saber" -haberlo racionalizado-, sino también con tener un conocimiento empírico de la herida, ante la cual es imprescindible "saber no asustarse" si esta se pone en pie. Y saber abrazarla con amor y dejar (¡o incluso pedirlo!) que te abrace el amigo, sin condiciones, sin comparar heridas; con gratuidad.

Una herida no es ni más ni menos profunda que otra. E incluso la misma herida puede doler diferente en una persona u otra.

Es el momento de ir quitándole vaho a los cristales. Es el momento de la verdad, no una verdad pura y dura, descarnada, sino de permitir que vean, poco a poco, con naturalidad, el yo verdadero, que (ya lo he dicho) no está exento de heridas.


Segundo plato:

Juego de tronos

Si alguno de los anteriores aspectos -entre otros muchos, pero aquí me voy a centrar solo en unos pocos- no se dieran, puede desequilibrarse la balanza de la amistad. Puede perder la razón de ser.

A veces compararemos y nos quejaremos de "no recibir" lo que damos, o de no querer dar el brazo a torcer (no ceder) para que la amistad pueda seguir existiendo.

Si se entra en una dinámica de "exponer", "no explicar" y "exigir", es decir, si se intenta (con o sin intención) que el otro se adapte sin condiciones (y "sin condiciones" ya es una "condición") a la manera de ser uno ("yo soy así; es simple: lo tomas o lo dejas"), el equilibrio se rompe.

Dos personas que son amigas se encuentran en un punto más o menos intermedio entre ambos. Ninguna está por encima de la otra. A partir de ahí se negocia, pues a veces será uno el que necesite que le echen un cable y otras el otro. 

En el submundo gay es muy frecuente que uno de los dos quiera asumir un papel que produce un desequilibrio. Un rol de "el más herido", el que necesita que estén por él (esto es algo de lo que no debemos extrañarnos, pero no puede ser una constante), el que no hace suyo el dolor del otro y, por ello, compara. Y también pueden surgir las desconfianzas.

Llegados a este punto, si no se pueden solventar las diferencias, lo mejor es dejarlo correr. ¿Cuánto? O el interés se demuestra de manera recíproca o todo será agua pasada, una oportunidad desperdiciada para poder ir adelante, para sanar. Será un fracaso.

Ni siquiera podemos hablar de una relación amor-odio, sino de miedo: a mostrarse, a quererse, a fiarse; en definitiva, a amarse a sí mismo.

¿Cuántas veces una relación entre dos hombres heridos se ha llamado "amistad" demasiado pronto, sin una base real? ¿Y cuántas veces se "deja estar" esa relación por un tiempo, como si el tiempo curase lo no hablado, lo escondido, las llagas?

Postre:

Sucesor designado

Una vez liquidada esa relación y superado el "tiempo de duelo" durante el cual cada uno se pone en un lugar a salvo (en la zona de confort donde nadie ni nada le puede llegar a alcanzar porque ese "uno" está muy escondido, donde nadie puede dañarle porque va por la vida con los sentimientos anestesiados), se buscará un sucesor, "el siguiente", esperando que el nuevo conocido no sepa de las fragilidades, donde no haya que arriesgar, donde uno no sea más que uno más entre muchos.

Y llegados a este punto, todo se irá repitiendo en bucle.

Y este bucle, este círculo vicioso, solo se solucionará si en una de estas relaciones se arriesga sabiendo que hay un brazo que nos va a sostener y no nos va a dejar caer.

Stephen Sondheim, compositor y letrista estadounidense

Acabo de ver la película "Tick, tick...boom!", centrada en el proceso de composición del musical del mismo nombre de Jonathan Lars...